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¿Cuáles son las lecciones de la cuarentena?

Mis primeras impresiones de la cuarentena revisaré—las que tuve en la primera y segunda semana; no sé de ustedes, pero ya me siento que me estén pasando. Aunque yo resistiera al principio, he aceptado las nuevas condiciones y empiezo dirigirme hacia el futuro y previsiones. Yo no soy bueno para pronosticar. Y no sumaría nada nuevo a la conversación con tan sólo anticipar dificultades económicos y sus repercusiones, o las muertes que vienen. Lo que yo preveo es un cambio en las conclusiones que formaremos. Será una toma de conciencia basada en las consecuencias de nuestras reacciones mentales a la condición de la cuarentena.

Al principio, como yo, nos percatábamos de cuáles asuntos de nuestras vidas no nos extrañábamos. Habiéndonos dejado de varias cotidianidades, desde el tráfico hasta las charlas que se suelen escuchar en nuestros espacios abiertos de trabajo, el vestir de manera que nos aliena de nuestras personalidades preferidas—o peor que nos restringiera la respiración—nos sentimos que los hombros se libraran de un peso, el aliento un poquito más suelto. Además, ¡Qué fascinante tratar de seguir a pesar de los obstáculos, de arreglar, de compartir una experiencia de lucha! Nos solidarizamos más de lo usual con nuestros compatriotas.

Entonces, vino la ansiedad mientras nos fijamos en el reloj y el tiempo se derretía, evaporándose al cielo, y la incertidumbre se radicaba. ¿Cómo llenar el tiempo nuevo que se había abierto por la falta de nuestros pasatiempos normales? Yo resisto el sentido común que dice que nos calma poder cumplir las tareas o nuestras listas de libros y películas. Creo que hay razón por la que no cumplimos ésas—si realmente nos importara, lo haríamos pero no lo solemos hacer porque al fondo nos interesa. Queremos tener para no poder hacerlo. Y entonces, el incertidumbre. ¿Cómo planifico qué hacer con este rato si no sé cuánto tiempo durara? Si no sé cuáles sean los resultados? ¿Me aguanto hasta el levante de la cuarentena o me preparo para la descomposición de la sociedad (urbana) y la Bellum omnium contra omnes?

No nos satisface cumplir estas tareas, leer libros, o películas, porque estas cosas en sí mismas no nos llenan. Peor, creo: solas nos dejan vacíos al hacerlas porque nos damos cuenta de que estaríamos disfrutando de ellas si lo demás de nuestras vidas sintiera completo. No sé si me seguirán en mi sentimiento de tener un libro a mano sin leerlo, en su lugar mirando al horizonte. Esto nos angustia a lo doble mientras reconocemos la ironía de evitar la muerte por sacrificar lo que hace que la vida valga la pena. Entiendo porque, en este caso y al corto plazo tenemos que hacerlo. No nos alcanzan las camas, ventiladores, u otros recursos para cuidar a los enfermos. (Y eso es resultado de políticos y otros dirigentes mortalmente deficientes.) Los choques de auto en Estados Unidos han matado a tipo 90 personas al día este año. Si continúa Coronavirus por sólo un mes, habrá matado a 250 al día, más o menos, por el carácter exponencial de su proliferación. Hay un montón más de argumentos a favor de la cuarentena actual y no los repetiré. Pero consta el sentido de que nuestro sacrificio sea quijotesco, si no cobarde de una manera u otra. No sé si sea porque no manejamos la situación muy bien al principio, por los menajes contradictorios que nos dan nuestros supuestos expertos, o los límites epistemológicos de la epidemiología (por ejemplo: ¿cuántos contraen el virus sin síntomas? Jamás lo sabremos.) Claro, no digo que esos factores fulminen la justificación de la cuarentena, pero sacan respeto a los autoridades que la mandan y hace que el asunto parezca satírico. Y eso plantea dudas, últimamente justificadas o no.

Ok, la pandemia nos hace cuestionar si normalmente gastamos el ocio. Al contrario, para muchos, nos debe subir el tema de gastar los oficios—si nuestras carreras valen la pena. Esto nos pasa casi siempre y cuando encaramos la mortalidad. ¿Si pudiera morirme mañana, realmente estaría haciendo día a día lo que hago? Si la respuesta es negativa, la ansiedad nos puede colmar a full. Tal vez deberíamos cambiar algo. De todas formas, este tema no me interesa mucho ahora; primero, no creo que la angustia existencial sentimos mientras pensamos en las carreras—bien sea porque pensamos en los propósitos, los sentimientos que nos genera, o cualquier cuenta—sea propiedad única de la carrera; segundo, aunque sí fuera, no creo que su consideración sube a raíz de esta cuarentena sino que la pensamos a menudo.

Finalmente, subió la fase actual, la angustia/depresión de la soledad. Nos extraña la normalidad. Nos asustan las preguntas que se asoman sobre los límites de nuestros poderes—e.g., de poder evitar la enfermedad, de proteger a nuestros parientes; los límites del conocimiento poder saber quién tiene la enfermedad y dónde, de encontrar, en sus sentidos ancho y estrecho, remedio. Si jamás controlábamos cuánto creíamos. Cosas por el estilo. Nos aburre la rutina nueva, casi como nos aburría la rutina normal ya antigua y lejana.

Si todo continúa sin que termine pronto la cuarentena, o es que el virus alcanza matar a un conjunto muy grande, creo que la fase que nos espera es de existencialismo, una posmodernidad moderna. Así como después de la segunda guerra mundial—y no quiero decir que lo que experimentamos alcance tal gravedad—las lecciones morales y las implicaciones filosóficas se nos volverán manidas y poco interesantes. Parecerán no alcanzar a comprender lo que pasa. En cambio, querremos algo nuevo, pero ya que no hay ninguna idea nueva bajo el sol, intentaremos en vano crear ideas nuevas, lo que nos llevará al absurdismo, surrealismo y, a veces el nihilismo. Si atrevo, desde una perspectiva histórica, el absurdismo sube de condiciones bajo las cuales lo racional se pone manido; ya que creemos que vemos todo lo que la estructura nos brinde, rompemos la estructura para ver lo que pasa. El resultado es absurdo—es decir, no cuadra con la estructura misma. Y este absurdismo es incomprensible según la razón, una forma de la estructura. Parejamente, el surrealismo sube del no comprender el mundo. Me acoto en una distinción entre el absurdismo y el surrealismo que creo que nos escapa a veces: cuando algo es absurdo, es que no tiene sentido; no es que no entiendas, sino que entiendes que la cosa se contradice o carece de coherencia. Cuando algo es surreal, es que tiene sentido pero no sabes cuál es; no entiendes el asunto pero parece tener un orden que no conoces. Entonces, el surrealismo sube hoy en día de este alboroto y caos que desarrolla tras las pantallas de los televisores y los medios sociales. Hay un orden pero no lo comprenderemos, no completamente, hasta la retrospección.

Hay varios caminos para llegar al nihilismo a partir del absurdismo, el surrealismo, la injusticia, y una situación grave.

El absurdismo permite del nihilismo obviamente; el nihilismo de valor dice que no hay valor. Si no hay valor, no vale que no haya valor. Entonces vale que hay valor. Entonces, hay valor. Así vemos que, si el nihilismo de valor es verdad, es falso, pero si es falso, es verdad. Y el absurdismo permite de tal contradicción.

Uno puede llegar al nihilismo desde el surrealismo por lo siguiente. Primero, si no entiende el sistema de valor, a él le puede parecer que no hay. Pero a otro le puede ocurrir más subversivo: ve que hay un orden o un sistema de valores dentro del cual no sabe su propio lugar, ya que no entiende el orden. Entonces, empieza hacer lo que le convenga, porque asume que el orden se va a encargar de lo demás; es decir, la autoridad (antropológico o no) va a asumir la responsabilidad, no le puede pertenecer a él pensarlo, ya que se cree incapaz de entenderlo. O bien sea que, no comprendiendo el sistema, se siente fuera de ello. Y esto le lleva o al nihilismo o un relativismo personal, los resultados de los cuales son muy parejos.

Si la justicia se ve en términos de una condición absoluta con la que la sociedad cumple o no, cualquier injusticia puede romper el esquema de la justicia establecida. Ciertamente, muchas injusticias en seguidas pueden cuestionar el concepto mismo. Es decir, si el concepto de la justicia jamás tuviera razón, ¿cómo es que no procura evitar lo que supuestamente previene? Nos olvidamos de que la injusticia es inmaterial y somos nosotros los que actuamos de manera justa o no. El hecho de que la justicia se defina o exista no quiere decir que la realicemos. Los seguidores de Jesús a menudo llegan a la misma conclusión, y lo hacían después de la segunda guerra mundial, así: ¿si existe un dios omnipotente y altruista, por qué permitiera tanto de sufrimiento? Es una instancia al extremo del problema del mal. Difiere sin embargo del problema de la injusticia porque la justicia nunca pretendió ser un agente causal. De todas formas, uno piensa que, si la justicia no funciona absolutamente, no tiene razón, y si no tiene razón, no hay, y si no hay, no queda otro que el nihilismo.

La situación grave pone al posible nihilista en un estado de crisis dentro del cual cree que las reglas se levantan. No es que cree necesariamente en el nihilismo sino que las normas éticas no le importan ya que la situación es abnormal. Todo vale y nada vale bajo este estado de guerra. El valor se pone en paréntesis. Creo que esto también es más un relativismo, aún falso. Es más o menos decir que la moralidad no importa cuando tengo miedo ni cuando la situación es grave—al contrario, la gravedad es cuando más importa la moralidad.

Claro, no tengo demuestra de esto. Sólo es lo que siento del porvenir si la situación continúa a empeorar.